El capital humano constituye el factor más importante (con un protagonismo creciente) entre aquellos que contribuyen a mejorar la competitividad de un país. Las empresas se encuentran en un proceso constante de renovación y reinvención, en el que la innovación constituye un elemento prioritario y en donde las tendencias internacionales marcan el ritmo de los cambios.

El proceso de globalización se ha acelerado con la creciente transformación digital, que reduce las barreras de acceso a los mercados internacionales y a las economías emergentes, y a su vez facilita la libertad de movimiento de información y de servicios. Este hecho sitúa, todavía más, al capital humano como uno de los principales factores de competitividad de las empresas.

Invertir en capital humano es apostar por el individuo, es generar una sociedad con mayor igualdad de oportunidades, y es también estimular un desarrollo económico equilibrado, sostenible, y más adaptado a las necesidades del mercado de trabajo.

En España existe un evidente desajuste entre oferte y demanda, agravado especialmente por la vertiginosa transformación tecnológica que registra nuestro sistema productivo. Nos encontramos con la paradoja de que en un país con un nivel de paro muy alto, las empresas tienen problemas para cubrir muchas de sus vacantes, pues no encuentran perfiles profesionales adecuados.

Apostar por la formación y la educación supone un gran potencial como la mejor forma de luchar contra el desempleo, así como motor de desarrollo y modernización de nuestro entorno socio económico, y en su impacto sobre la competitividad de las empresas y su capacidad para atraer y retener talento. Debemos tener presente el contexto nacional e internacional en el que los países dirigen sus esfuerzos a configurarse en economías basadas en el conocimiento, la globalización y la digitalización.

La formación de calidad, accesible para todos los ciudadanos sin distinciones, es una conquista social, que consume cada año una importante cantidad de recursos tanto públicos como privados. Por eso es imprescindible que sirva para formar personas capaces de labrarse un futuro en el que se valoren sus méritos y aptitudes.

La formación es la piedra angular de la capacitación de los trabajadores y el elemento clave para poder subsanar el desajuste entre oferta y demanda, adecuando así los perfiles profesionales a las verdaderas necesidades de las empresas, que son las que crean empleo.

En un mundo cambiante, con clientes cada vez más exigentes y en donde la competencia crece a nivel internacional, las empresas demandan jóvenes que muestren su compromiso con el proyecto, ganas de aprender y de aportar su talento, y valoran con especial atención la experiencia. La formación moderna, la formación 4.0, debe incorporar el aprendizaje en entornos reales de trabajo en la empresa, de forma que los jóvenes aprendan a convivir con los problemas cotidianos con los que se enfrentan, para poder resolverlos mejor cuando se incorporen a la plantilla, a la vez que mejoran su motivación.

Las empresas, como generadoras de más del 80% de empleo, y en concreto las empresas familiares, como generadoras de casi el 70%, han de tener un papel protagonista en la configuración del sistema formativo.

Debe definirse el papel esencial de la empresa en los procesos de formación. La colaboración entre el mundo educativo y la empresa requiere un esfuerzo de conocimiento mutuo y una adaptación de la formación de las competencias de los futuros profesionales y, por lo tanto, de las enseñanzas de formación profesional.

Es necesaria una mejora de nuestro sistema educativo para hacerlo más útil en los retos que afrontan nuestras empresas y economías -para lo cual es necesario sensibilizar y concienciar sobre el sistema de orientación y formación profesional- . Hay que trabajar por mostrar y demostrar a la sociedad que los modelos de formación y empleo deben estar integrados, porque solo así conseguiremos ajustar la oferta a la demanda laboral.

La formación profesional, entendida como la capacitación profesional de las personas de cara a su incorporación al mercado de trabajo, debe ganar prestigio.

Una formación profesional de calidad atrae a más jóvenes, reduce el abandono escolar, mejora la empleabilidad y contribuye a un mejor aprovechamiento del talento. En este sentido, la Formación Profesional Dual constituye un modelo de futuro, ya contrastado en otros países europeos, que puede contribuir a reducir el desajuste actual entre oferta y demanda del mercado de trabajo, modernizar y actualizar el sistema de FP.

La formación es una de las mejores inversiones que se puede hacer como país, y para aumentar su calidad, hay que apostar por mejorar la información, la especialización, la movilidad de los alumnos, la inversión en el profesorado, la colaboración con la empresa privada en la prestación del servicio público y la involucración de toda la sociedad en el impulso de la FP Dual , con especial atención a las pyme, son algunas de las propuestas que se plantean en el estudio publicado por el Instituto de Empresa Familiar Orientación profesional y formación dual, en donde, además, se analiza en profundidad diversos aspectos relacionados con este tema